12.22.2017

Un Cuento de Navidad como cualquiera

¡Ahora han entrado a un nuevo inicio!

Antes del artículo de Navidad de este año, quisiera invitarlos a pasar una navidad con el CD de Product Placement navideño más nostálgico de los últimos años. Los Villancicos con Sabor a Navidad de Coca Cola son una experiencia que no te puedes perder musicalmente para…

We wish you a merry christmas, and a Coca Cola for y... What?

¿Qué carajos estoy haciendo? Que vergüenza, y eso que ni la digna organización me paga para esto. Como sea, por mi que escuchen los villancicos de Pepsi interpretados por la nunca controversial Madonna y su estilo Like a Virgin que le queda perfecta para estas épocas…

Pero ya siendo sinceros, el disco de la gaseosa más alegre de todos los tiempos no está mal. Es… como cualquier otro disco temático de Navidad, sólo que da nostalgia y tiene diversas odas a la marca (como si no las tuviera ya). Dejó el vínculo de la playlist en YouTube aquí abajo (Por si el ocio los invade).

¡Ahora sí, comencemos!

Para los realmente expertos en la técnica del desocupe, aquí está el mentado álbum en una playlist de YouTube (o al menos, lo intenté...)

Pretendía hacer una carta de navidad como el año pasado. Sin embargo, la inspiración no estuvo muy de mi lado en estos días. Así que, disfruten este microcuento de navidad que les traigo con la pobrísima literatura que en este momento tengo. Ahí les dejo, para que lo disfruten en unos minutos de su vida.

Un cuento de navidad como cualquiera… pero sin el cualquiera

Estaba sentado en la banca más remota de la plazoleta principal de un pueblo de la sabana, infinitamente lejano para muchos hijos de premium, los cuáles se asomarían a esos lares sólo para presumir de los alumbrados navideños en sus nada escuetas cuentas de Instagram. El joven de 25 años tenía características similares al estereotipo hombre juvenil: alto, un poco barbudo, y con una figura que hasta los actores de la novela del momento envidiarían. Era bastante ignorante, eso sí, con un pensamiento tan materialista que hacía oda al principio de aquella canción de Rubén Blades: El muchacho plástico por excelencia.

Un recordatorio de la canción del poeta de la salsa... (Imagen de Akifrases.com)

¿Por qué tanto alboroto por la figura? Sencillamente era un imán para diversa clase de mujeres (y algún que otro hombre) que se lo imaginaban como la pareja de sus sueños. Puede que fuera insensible o detestable, pero jamás estúpido. Enamoraba a sus presas (sí, porque un servidor llama así a cualquier jovencito o jovencita que se decante por ese tipo de personas) con las típicas cosas de siglo XXI: coqueteos, manera de hablar seductora (al menos para sus presas), y un sutil alardeo de sus características físicas. ¡Y voilà! Nada de romanticismo, ni cartas, ni canciones, ni poesía, ni experiencias diferentes al contacto carnal… Eso automáticamente para Nico calzaba como cursilería innecesaria. Y le funcionaba, porque su manera de cortejar atrajo a más de uno.

Sí, uno. Sepan que nuestro individuo protagonista es bisexual. Disfruta el momento con quién vea potencial pasional-sexual exclusivo para luego descartarlo a la semana (o al día siguiente) por su próxima presa. Pueden decirle hipócrita, mentiroso, manipulador… pero nunca intolerante o discriminador. Nico le entraba al que le viera ese mentado potencial, así tenga más orientaciones sexuales que las reconocidas por el humano promedio.

Después de esa medio-extensa caracterización, regresemos a su realidad desenfrenada. Que en ese momento no lo parecía, porque durante una hora había esperado a la cita (mejor dicho, presa) de esta semana. La susodicha vivía a dos cuadras del sitio en donde, desesperado, el joven había esperado por 60 minutos que el sentía como 600. No era muy paciente que digamos, pero por alguna extraña razón no se había roto ese delgado hilo de paciencia que ha tenido desde que estuvo en el vientre de su madre. Continuo en su espera.

Imagínense un parque similar a este, con decorados y demás adiciones

Pudo haberse ido del lugar, pensando y maldiciendo a la señorita cual melodía pegajosa de Molotov, cuya letra le pondría los pelos de punta a cualquier feminista empedernida. Sin embargo, eso no sucedió. Más bien, empezó a detallar cuidadosamente cada una de las decoraciones que se encontraba en esa plazoleta. 

No se tomaba sus típicas selfies, sino que seguía caminando alrededor de aquel paraje en ese pueblo. Mientras observaba el árbol, las luces, los pesebres y todo eso; pensó detenidamente el porqué se encontraba allí. Por una señorita, quizás… Que tarde o temprano caería a sus pies por un pensamiento superficial insensato… Insensatez es lo que él había tenido toda su vida al aprovechar la apariencia de playboy para vivir la vida como un donjuán (Y en todas sus extensiones). Aquella reflexión no le enseñaba nada más, aparte de una moraleja rutinaria de no sólo enfocarse en las apariencias para tener sexo gratuito. Por lo cual, ignoró sus pensamientos que querían escapar del sujeto plastificado.

Tener la mente así no era normal en lo absoluto para alguien como aquel joven

Aún así, sucedió algo más. Vio a un niño triste. Tenía unos 7 u 8 años y para Nico, era su antónimo casi perfecto: Inocente, lucía bondadoso, y su jean estaba lo suficientemente roto para lucir desgastado. Estaba sentado en frente de él, en otra banca con aspectos iguales a los que tenia aquella en la que se encontraba. Llamaba la atención el llanto poco ruidoso pero muy particular en el que estaba inmerso el infante. Así que, cual desocupado, desinteresado (y un poco entrometido), Nico se ubicó al lado del chico para ver si lo podía ayudar con algo.

—¿Qué te sucede, niño? — Pregunto Nico, de forma atenta (algo que no hacía desde su primera vez).

—Realmente me siento solo. Mis padres sólo piensan en ellos mismos, en sus peleas, en sus discusiones… Sabías que terminan de discutir tan rápido, que cuando los veo diez minutos después ya están haciendo un segundo piso de humanos— Contestó el mocoso, con una cara medio distraída.

—Pienso que sería genial que te distrajeras un poco de esos problemas, que un niño de tu edad no debería tener— Dijo el muchacho. Luego, agregaría lo siguiente —Tal vez sería buena idea que te llevara a un parque de diversiones. Con eso, realmente disfrutas la navidad y yo también puedo desprenderme de la vida tan desprendida que he tenido—.

—¿A qué te refieres con desprendida? — Insistió curioso el niño.

Nico recordó los múltiples placeres carnales acompañados de una gama nada pobre de gemidos que había escuchado a lo largo de 7 años, cuando su vida se convirtió en la perfecta rutina de un playboy. Por obvias razones, no se lo podía expresar de manera explícita al niño. Así que le respondió con un simple —Nada en especial niño. Sólo una palabra insignificante que usamos los jóvenes todo el tiempo—.

Lo que no sabía el niño era que Nico también gustaba mucho de hacer segundos pisos. Que curioso...

Primero le compró un burrito lleno de arroz y frijoles en la tienda que vio primero cerca de la plaza principal. El niño estaba feliz y nuestro donjuán podía entender, sin un placer sexual de por medio, lo que era el dar: ofrecer alegría a una persona sin nada a cambio. Ya fuera comida o la ida al parque de diversiones prometida, era notable que la empatía de Nico era real y muy generosa. De igual manera, siguieron hablando y caminando para llegar al parque de diversiones, cuya cercanía era más que inexistente. Sin embargo, en ese momento no era relevante ese detalle tan “insignificante”.

Unas 5 cuadras después, todo parecía ir de maravilla. Y el muchacho estaba contento de ver al niño en un estado latente de felicidad que el le había obsequiado en el marco de toda la inocencia del mundo. En ese momento, se encontraron con dos siluetas de estatura mayor a la del niño, pero menor a la del playboy. Una pareja de adultos que sobrepasaban los 40 años, cuyos ánimos aún no se habían desaparecido por completo por la edad.

—Al fin te encontramos, Nico. ¿Dónde estuviste? Apenas terminamos entre tu papá y yo de formar un segundo piso, no te hallábamos por ningún lado. Nos preocupaste mucho, y caímos en cuenta de que no pensamos mucho en ti— Dijo la señora pelinegra que tenía un cuerpo bien cuidado, como si hubiera sido modelo de ropa hace unos 20 años. Su nombre era Natalia.

—No hay problema. Él es mi nuevo amigo. Íbamos a ir a un parque de diversiones y… — Respondió el pequeño hasta cuando fue interrumpido por su padre.

—No vale la pena, hijo. ¿Sabes qué? Si vas con nosotros inmediatamente, te presto un juguete de 999 juegos en 1. Son los que están de moda y tus amigos van a querer uno. —Le dijo el hombre, cuyo nombre era Robert, y cuyo bigote tenía el mismo diseño que el de Mario. Por lo visto, su barbero pasaba mucho tiempo jugando videojuegos.

—Sí, sí, claro que sí. ¡Al fin! — Celebró el infante, con entusiasmo.

—Pero íbamos a ir al parque de diversiones. Pensé que te gustaría ir. Pensé que no te importarían las cosas materiales. Pensé… — Reclamo Nico, totalmente anonadado. El niño lo interrumpió.

—Claro que no, desconocido. Nunca dije que no me gustarían los 999 juegos en 1. Sí… Ya no quiero ir al parque de diversiones, ya no me gusta. ¡Sólo quiero mi juguete! —Dijo el niño, más emocionado que antes.

—Pero es prestado…— Expresó el muchacho.

Sí, uno de estos. ¡Prestado! (Ni siquiera, regalado). Como sea...

Por último, el pequeño dijo: —No interesa. ¡La navidad es para jugar! Jugar, y jugar, y jugar. Bueno, hasta pronto, desconocido—

Eso último dejo frío a Nico. Jugar, y jugar, y jugar. Lo que había desde hace unos cuantos años en una sola palabra repetida tres veces. Lo que lograba hacer con la ventaja de la apariencia que atraía a toda la superficialidad de su mundo. Señoritas y señoritos que lo buscaban sólo por su físico envidiable, por un placer sexual, durante un corto período de tiempo que tarde o temprano terminaría para dar paso a la siguiente presa del muchacho de 25 años.

—Gracias por encontrar a nuestro hijo. Feliz Navidad— Le dijo Natalia al joven, intentando irse con su esposo y su hijo de la forma más acelerada posible. Por cierto, el Feliz Navidad lo mencionó para salir del paso, pues ese día era un nublado 16 de diciembre. Magnifica despedida la de aquella cuarentona despreocupada, su esposo salido de videojuego cutre, y su hijo inocentemente materialista.

Pues... ¿Qué carajo, Nico? Feliz Navidad (por más 16 de Diciembre que haya sido)

No musitó palabra alguna después de ese momento. Regresó a la plazoleta principal del pueblo con decoraciones y un villancico sonando de fondo (Un Feliz Navidad interpretado por José Feliciano, irónicamente). La banca donde debía estar su siguiente cita estaba vacía, aunque eso ya no le importaba mucho. Creía haber aprendido el verdadero significado de la navidad, pero aquello fue sólo un espejismo. Descompuesto, comprendió que siempre había vivido la esencia real de aquella festividad en ese mundo de plástico en el que vivió. Nada de dar o de hacer feliz a otra persona de manera desinteresada, o de ofrecer aprecio genuino… No, no, eso no era parte del menú.

Y el silencio tomó asiento en su mente, cordialmente y gustosamente…

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Aquí termina el cuento de navidad que me apasione en crear este año. Espero que se hayan entretenido (o que hayan hecho ocio) con mi intento de literatura. Nos vemos en el próximo artículo: el del 28 de diciembre. ¡Hasta la otra!

¿Será?


“Ahora el fin marca un nuevo inicio”

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