“Poco a poco fui
creciendo y mis fábulas de amor, se fueron desvaneciendo como pompas de jabón”
La muerte es una
de las mayores muestras del temor a lo desconocido. Nosotros, como seres vivos,
humanos, conscientes, tenemos claro el ciclo de la vida por enseñanza o por la
vivencia de cada etapa a lo largo de los años: Nacer, crecer, tratar de dejar
un legado** y morir… De las tres primeras tenemos una noción completa en algún
punto de nuestra vida, e incluso nos sentimos con la autoridad de aconsejar a
los demás respecto a cómo afrontar dichas etapas. Sin embargo, la última
normalmente causa inquietud por no tener idea de cómo sea o por amenazar la
estabilidad de la vida; hasta el punto de que no sea sorpresa conocer a alguien
con Necrofobia, o miedo al final del ciclo: La sombría muerte.
**Modifico reproducirse por tratar de
dejar un legado con el ánimo de entregar una mayor profundidad al ser humano en
la que se abren más posibilidades de trascender o continuar existiendo metafísicamente
más allá de dejar descendencia.
Esa sombría muerte
acecha los pensamientos del humano promedio desde que toma uso de razón sobre
el carácter efímero de la vida, en adelante. No es un tema del que normalmente
la familia, los amigos o la pareja conversen, por diferentes motivos: miedo,
malos agüeros o una sencilla incomodidad que prefieren sea aplazada hasta el
momento en el que se perciba difícil de evitar. Sin embargo, su revisión en una
conversación informal o en una sesión magistral puede darle al ser humano una
mayor experticia para afrontar su llegada, e incluso, una sensación incremental
para experimentar mayores y mejores momentos en el tiempo que reste de aquella
etapa temporal que llamamos vida.
El arte no ha
estado ajeno a esta conversación tabú, y mediante diversas expresiones podemos
evidenciar la perspectiva de múltiples creadores acerca de ese horizonte
desconocido. Realizando un enfoque bastante específico en una canción, la pieza
que nos atrae hoy proviene del puño y letra de un joven de 19 años en el
momento de su concepción, y que tres años después saldría a la luz en una melodía
consistente en dos voces y el rasgueo de una guitarra: Canción para mi
muerte de la banda argentina Sui Generis.
En la guitarra, Nito. En el piano, Charly. Como público, los jóvenes hippies de aquel tiempo
A continuación, podría
mencionar datos acerca de los integrantes de la banda [Nito Mestre, Charly
García], su origen [un lapso en el que García rozó el final de su humanidad al no
querer seguir prestando el servicio militar obligatorio], o hasta sus reconocimientos
en listados de música popular [como los realizados por la siempre presente
revista Rolling Stone]. Pero, en honor a que la lectura no se desvíe de su
punto central, dejaré aquellos puntos en el aire para tratarlos en otra ocasión
[o que ustedes los busquen primero, ¿Por qué no?] y que juntos detallemos el
sentido de la melodía.
Tres minutos y treinta y siete segundos de filosofía
El inicio de la
vida, en la mayoría de los casos, está lleno de alegrías y momentos que el
humano adulto recuerda con añoranza (Hubo un tiempo que fui hermoso y fui
libre de verdad, guardaba todos mis sueños en castillos de cristal). No
obstante, y coincidiendo con el tránsito a la juventud, etapa en donde las
relaciones y situaciones se tornan inestables, el humano se da cuenta de su
naturaleza vulnerable y en donde su optimismo por las metas planeadas se reduce
de acuerdo con las dificultades planteadas por cada nueva experiencia que debe
afrontar (Poco a poco fui creciendo y mis fábulas de amor, se fueron
desvaneciendo como pompas de jabón).
Si el ser asume
la vida como la metáfora de un viaje con origen, trayecto y destino; se dará
cuenta de todos los hitos que debe atravesar en el camino, el cual casi nunca
consiste en una línea recta, sino en varias rutas que atraviesan locaciones que
pudieron o no ser afrontadas por otros iguales, cuya naturaleza varía conforme
al carácter y al comportamiento de quien la atraviese (Es larga la carretera
cuando uno mira atrás, vas cruzando las fronteras sin darte cuenta quizás). La
variabilidad es la moneda de cambio en dicha ruta, que puede ser finalizada
antes o después del tiempo promedio, por el sinnúmero de habitantes de este
plano existencial. Eso sí, todos van a terminarla tarde o temprano, dado el carácter
efímero de aquel recorrido (Tómate del pasamanos porque antes de llegar, se
aferraron mil ancianos, pero se fueron igual).
Por ser tan misteriosa,
no tener la exactitud de saber como sea y que existan testimonios tan confusos
y difusos de personas que casi llegan allá y regresaron; siempre la incógnita
estará: ¿Cómo se sentirá? ¿Qué nos espera en ese punto? ¿Qué tan cierto es cada
creencia del tema? (Quisiera saber tu nombre, tu lugar, tu dirección; y si
te han puesto teléfono, también tu numeración). Claro, atravesamos una
época dubitativa e incluso de temor; pero la clave no es mantenernos en esa
espiral sin fin en la que el ser tiende a caer… Todo lo contrario, el hecho de encaminarnos
a alcanzar nuestros mayores deseos, apostar por una vida buena [en el sentido
más filosófico posible] y dotar nuestro recorrido de las experiencias y
conocimientos más enriquecedores nos ayudará a afrontar ese temor y contar con
la satisfacción de haber cumplido nuestros deseos antes de aquel día, el día en
el que cuerpo y alma tomen caminos separados (Te suplico qué me avises si me
vienes a buscar, no es porque te tenga miedo y solo me quiero arreglar).
No es algo seguro,
pero parece que los seres humanos a poco tiempo de su final material perciben
la cercanía de aquel momento. Lucidez, resignación, o desinterés; tres formas
distintas de meditar sobre el final, y que más allá de la fe de la persona,
todas terminan en dicho estado absorbente. En la llegada al destino, solo queda
la culminación del camino, el encuentro de la paz interior y un último suspiro (Te
encontrare una mañana dentro de mi habitación, y prepararás la cama para dos).
En definitiva, profundizar
en esa perspectiva del fin de la vida compartida por una persona a tan temprana
edad es bastante interesante y permite develar ciertas ideas que por más obvias
que parezcan, brindan luz a las sensaciones compartidas por la humanidad sobre
ese acontecimiento, tan inevitable como misterioso, que en algún momento vamos
a afrontar satisfechos, decepcionados o indiferentes.
Tan cerca y tan lejos...
Deseo, a quienes
hayan leído y meditado con mis ideas [aquellas externas a los paréntesis], que continúen
soñando y logrando la totalidad de los objetivos que deseen, para que al final
de su existencia cuenten con la satisfacción de la vida buena, de experimentar
todo lo que les conduzca a esa felicidad tan anhelada por una cantidad inmensa
de seres vivos.
Por parte de
quien les habla, espero poder regresar pronto a estas letras, de las que me
retiro por un tiempo debido a compromisos diversos que no me permiten entregarles
más contenido. Sin embargo, confío en que nos veremos más tarde para seguir
explorando las ideas extraordinarias que la música nos puede entregar. ¡Feliz
noche!
Para
cerrar el tema, y acorde con lo tratado en esta ocasión, también les dejo otra
joya que profundiza sobre la naturaleza del fin de la existencia: Entre
piedras y carbón, de la banda colombiana TELEBIT junto a la legendaria
cantante Andrea Echeverry.
“Dile
a mi gente que ya no lloren por mí; hierba mala nunca muere, como dicen por ahí”
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