11.24.2024

Sui Generis: El inevitable final y la aceptación de la condición humana

“Poco a poco fui creciendo y mis fábulas de amor, se fueron desvaneciendo como pompas de jabón”

Vida: El aroma incesante de los nuevos comienzos

La muerte es una de las mayores muestras del temor a lo desconocido. Nosotros, como seres vivos, humanos, conscientes, tenemos claro el ciclo de la vida por enseñanza o por la vivencia de cada etapa a lo largo de los años: Nacer, crecer, tratar de dejar un legado** y morir… De las tres primeras tenemos una noción completa en algún punto de nuestra vida, e incluso nos sentimos con la autoridad de aconsejar a los demás respecto a cómo afrontar dichas etapas. Sin embargo, la última normalmente causa inquietud por no tener idea de cómo sea o por amenazar la estabilidad de la vida; hasta el punto de que no sea sorpresa conocer a alguien con Necrofobia, o miedo al final del ciclo: La sombría muerte.

**Modifico reproducirse por tratar de dejar un legado con el ánimo de entregar una mayor profundidad al ser humano en la que se abren más posibilidades de trascender o continuar existiendo metafísicamente más allá de dejar descendencia.

Esa sombría muerte acecha los pensamientos del humano promedio desde que toma uso de razón sobre el carácter efímero de la vida, en adelante. No es un tema del que normalmente la familia, los amigos o la pareja conversen, por diferentes motivos: miedo, malos agüeros o una sencilla incomodidad que prefieren sea aplazada hasta el momento en el que se perciba difícil de evitar. Sin embargo, su revisión en una conversación informal o en una sesión magistral puede darle al ser humano una mayor experticia para afrontar su llegada, e incluso, una sensación incremental para experimentar mayores y mejores momentos en el tiempo que reste de aquella etapa temporal que llamamos vida.

El arte no ha estado ajeno a esta conversación tabú, y mediante diversas expresiones podemos evidenciar la perspectiva de múltiples creadores acerca de ese horizonte desconocido. Realizando un enfoque bastante específico en una canción, la pieza que nos atrae hoy proviene del puño y letra de un joven de 19 años en el momento de su concepción, y que tres años después saldría a la luz en una melodía consistente en dos voces y el rasgueo de una guitarra: Canción para mi muerte de la banda argentina Sui Generis.

En la guitarra, Nito. En el piano, Charly. Como público, los jóvenes hippies de aquel tiempo

A continuación, podría mencionar datos acerca de los integrantes de la banda [Nito Mestre, Charly García], su origen [un lapso en el que García rozó el final de su humanidad al no querer seguir prestando el servicio militar obligatorio], o hasta sus reconocimientos en listados de música popular [como los realizados por la siempre presente revista Rolling Stone]. Pero, en honor a que la lectura no se desvíe de su punto central, dejaré aquellos puntos en el aire para tratarlos en otra ocasión [o que ustedes los busquen primero, ¿Por qué no?] y que juntos detallemos el sentido de la melodía.

Tres minutos y treinta y siete segundos de filosofía

El inicio de la vida, en la mayoría de los casos, está lleno de alegrías y momentos que el humano adulto recuerda con añoranza (Hubo un tiempo que fui hermoso y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños en castillos de cristal). No obstante, y coincidiendo con el tránsito a la juventud, etapa en donde las relaciones y situaciones se tornan inestables, el humano se da cuenta de su naturaleza vulnerable y en donde su optimismo por las metas planeadas se reduce de acuerdo con las dificultades planteadas por cada nueva experiencia que debe afrontar (Poco a poco fui creciendo y mis fábulas de amor, se fueron desvaneciendo como pompas de jabón).

Si el ser asume la vida como la metáfora de un viaje con origen, trayecto y destino; se dará cuenta de todos los hitos que debe atravesar en el camino, el cual casi nunca consiste en una línea recta, sino en varias rutas que atraviesan locaciones que pudieron o no ser afrontadas por otros iguales, cuya naturaleza varía conforme al carácter y al comportamiento de quien la atraviese (Es larga la carretera cuando uno mira atrás, vas cruzando las fronteras sin darte cuenta quizás). La variabilidad es la moneda de cambio en dicha ruta, que puede ser finalizada antes o después del tiempo promedio, por el sinnúmero de habitantes de este plano existencial. Eso sí, todos van a terminarla tarde o temprano, dado el carácter efímero de aquel recorrido (Tómate del pasamanos porque antes de llegar, se aferraron mil ancianos, pero se fueron igual).

Por ser tan misteriosa, no tener la exactitud de saber como sea y que existan testimonios tan confusos y difusos de personas que casi llegan allá y regresaron; siempre la incógnita estará: ¿Cómo se sentirá? ¿Qué nos espera en ese punto? ¿Qué tan cierto es cada creencia del tema? (Quisiera saber tu nombre, tu lugar, tu dirección; y si te han puesto teléfono, también tu numeración). Claro, atravesamos una época dubitativa e incluso de temor; pero la clave no es mantenernos en esa espiral sin fin en la que el ser tiende a caer… Todo lo contrario, el hecho de encaminarnos a alcanzar nuestros mayores deseos, apostar por una vida buena [en el sentido más filosófico posible] y dotar nuestro recorrido de las experiencias y conocimientos más enriquecedores nos ayudará a afrontar ese temor y contar con la satisfacción de haber cumplido nuestros deseos antes de aquel día, el día en el que cuerpo y alma tomen caminos separados (Te suplico qué me avises si me vienes a buscar, no es porque te tenga miedo y solo me quiero arreglar).


Otra imagen de los Sui Generis. Cortesía del blog Apologías y Rocanroles

No es algo seguro, pero parece que los seres humanos a poco tiempo de su final material perciben la cercanía de aquel momento. Lucidez, resignación, o desinterés; tres formas distintas de meditar sobre el final, y que más allá de la fe de la persona, todas terminan en dicho estado absorbente. En la llegada al destino, solo queda la culminación del camino, el encuentro de la paz interior y un último suspiro (Te encontrare una mañana dentro de mi habitación, y prepararás la cama para dos).

En definitiva, profundizar en esa perspectiva del fin de la vida compartida por una persona a tan temprana edad es bastante interesante y permite develar ciertas ideas que por más obvias que parezcan, brindan luz a las sensaciones compartidas por la humanidad sobre ese acontecimiento, tan inevitable como misterioso, que en algún momento vamos a afrontar satisfechos, decepcionados o indiferentes. 

Tan cerca y tan lejos...

Deseo, a quienes hayan leído y meditado con mis ideas [aquellas externas a los paréntesis], que continúen soñando y logrando la totalidad de los objetivos que deseen, para que al final de su existencia cuenten con la satisfacción de la vida buena, de experimentar todo lo que les conduzca a esa felicidad tan anhelada por una cantidad inmensa de seres vivos.

Por parte de quien les habla, espero poder regresar pronto a estas letras, de las que me retiro por un tiempo debido a compromisos diversos que no me permiten entregarles más contenido. Sin embargo, confío en que nos veremos más tarde para seguir explorando las ideas extraordinarias que la música nos puede entregar. ¡Feliz noche!

Para cerrar el tema, y acorde con lo tratado en esta ocasión, también les dejo otra joya que profundiza sobre la naturaleza del fin de la existencia: Entre piedras y carbón, de la banda colombiana TELEBIT junto a la legendaria cantante Andrea Echeverry.

“Dile a mi gente que ya no lloren por mí; hierba mala nunca muere, como dicen por ahí”

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